Entre laberintos de palabras y silencios llenos de música, emergió la figura del escritor argentino radicado en Francia que hizo de lo cotidiano un territorio fantástico. Amante del jazz, de los gatos y de los libros, Julio Cortázar sigue siendo un faro para quienes buscan otro modo de mirar el mundo. Este es un recorrido por su vida, su obra y su legado.

Una infancia entre guerras y libros

Julio Cortázar nació en Bruselas el 26 de agosto de 1914, en plena Primera Guerra Mundial. Él mismo se describía como «un producto del turismo y la diplomacia», pues era hijo de padres argentinos que se encontraban en Europa por razones laborales. Tras la guerra y el abandono de su padre cuando tenía apenas seis años, se trasladó con su madre, su hermana Ofelia y una tía a Banfield, en las afueras de Buenos Aires.

Marcado por la enfermedad y la soledad, encontró refugio en la lectura desde muy temprana edad. Su voracidad lectora asustó incluso a su madre, que consultó con médicos por su falta de contacto con otros niños. A los nueve años ya había escrito su primera novela, que él mismo calificó de «afortunadamente perdida».

De maestro rural a escritor en París

En 1932 se graduó como maestro y en 1935 como profesor de Letras. Enseñó en pueblos del interior bonaerense, donde las pensiones modestas se convirtieron en su espacio creativo. Bajo el seudónimo de Julio Denis, publicó Presencia, su primer libro de poemas, en 1938.

Con la llegada de Perón al poder, renunció a sus cátedras por motivos éticos. En 1951, luego de publicar Bestiario, se autoexilió a París, ciudad que se transformaría en su hogar definitivo. En esos años también publicó «Casa tomada», uno de sus cuentos más emblemáticos, en una revista dirigida por Jorge Luis Borges.

Rayuela y la consagración literaria

La década del 60 fue clave. A pesar de las dificultades económicas iniciales en París, la traducción de la obra completa de Edgar Allan Poe (considerada la mejor en español) le trajo algo de estabilidad. Pero la verdadera consagración llegó en 1963 con Rayuela, una novela que revolucionó la narrativa hispanoamericana al invitar al lector a jugar con el orden de sus capítulos.

Esa obra marcó su inclusión definitiva en el llamado Boom latinoamericano, junto a figuras como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Con Rayuela, Cortázar no solo rompió moldes, sino que redefinió lo que podía ser una novela.

El creador de cronopios y famas

Cortázar tenía la capacidad única de darle vida a lo insólito. En sus cuentos, los conejos emergen del cuerpo humano, los relojes conspiran y los personajes atraviesan dimensiones insospechadas. Fue el creador de los cronopios, famas y esperanzas: seres que no son simples invenciones, sino representaciones poéticas de distintas maneras de estar en el mundo.

Su obra recibió numerosos reconocimientos, entre ellos el Premio Médicis en 1974 por Libro de Manuel, y el Premio Konex de Honor en 1984 por su aporte a la literatura argentina.

Compromiso político y exilio voluntario

La Revolución Cubana marcó un giro en su pensamiento. Tras visitar la isla en 1963, Cortázar tomó conciencia del vacío político que había en su vida y comenzó a comprometerse activamente con las luchas sociales de América Latina. Sus libros fueron prohibidos durante la dictadura argentina, y desde París alzó la voz en defensa de los derechos humanos.

En 1981 adoptó la nacionalidad francesa como gesto de protesta. Un año después, sufrió la pérdida de su compañera Carol Dunlop, lo que lo sumió en una profunda tristeza. Regresó a la Argentina por última vez en 1983, ya en tiempos democráticos, donde fue recibido con afecto por sus lectores, aunque ignorado por las autoridades.

El adiós a un cronopio

El 12 de febrero de 1984, Julio Cortázar murió en París a causa de una leucemia. Su cuerpo fue enterrado junto al de Carol en el cementerio de Montparnasse. Desde entonces, su tumba se ha convertido en un altar literario: los lectores le llevan lápices, piedras y flores, como forma de agradecerle.

Un legado inmortal

Hoy, sus obras están traducidas a más de treinta idiomas. Rayuela, Final del juego, Las armas secretas, Historias de cronopios y de famas… cada libro suyo sigue abriendo puertas a lo insólito. Su estilo, que mezcla humor, ternura, rebeldía y experimentación, continúa inspirando a nuevas generaciones.

En cada lector que se detiene a escuchar el murmullo oculto de las cosas, vive Cortázar. En cada cronopio que elige lo absurdo antes que lo establecido. Como él mismo escribió:

“Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.

Y en efecto, así seguimos: buscándolo entre páginas, y encontrándolo siempre.