El género épico presenta hechos legendarios o ficticios relativos a las hazañas de héroes. Es uno de los géneros literarios más antiguos y tradicionalmente está escrito en verso.

En muchos textos se suele considerar este género junto al narrativo. Aunque tienen similitudes, pueden diferenciarse (puedes consultar más sobre el género narrativo aquí).

Características

  • Se escribe tradicionalmente en verso y se expresa a través de poemas épicos.
  • Tiene como tema común la búsqueda del honor.
  • En sus orígenes no siempre fue escrito, ya que también se transmitía oralmente por aedos o rapsodas.

Uno de los principales representantes de este género es el aedo Homero.

Subgéneros épicos

Entre los subgéneros épicos más importantes se encuentran:

  • La epopeya: propia de la época antigua, incluye personajes sobrenaturales como dioses, aunque también humanos. Ejemplo: La Ilíada y La Odisea de Homero, donde se narra el famoso episodio del Caballo de Troya.
  • El cantar de gesta: pertenece a la Edad Media y presenta héroes humanos, dejando de lado a los seres sobrenaturales. Ejemplo: El Cantar del Mío Cid.
  • El romance: antecedente de la novela, se caracteriza por aventuras en un mundo imaginario, maravilloso, caballeresco y sentimental.
  • El poema épico: en tiempos modernos retoma la esencia de la epopeya clásica. Ejemplos: El paraíso perdido de John Milton y Canto General de Pablo Neruda.
  • La leyenda: narración popular con elementos tradicionales o folclóricos.
  • El mito: narración breve y tradicional que explica los orígenes de una cultura o de sus dioses.

Ejemplos

Estos fragmentos de la literatura clásica son ejemplos del género épico: en la Ilíada de Homero se narra el duelo entre Aquiles y Héctor, mientras que la Eneida de Virgilio relata la travesía de Eneas hacia Roma.

Lucha de Aquiles y Héctor (fragmento)

331 —¡Héctor! Cuando despojabas el cadáver de Patroclo, sin duda te creíste salvado y no me temiste porque me hallaba ausente. ¡Necio! Quedaba yo como vengador, mucho más fuerte que él, en las cóncavas naves, y te he quebrado las rodillas. A ti los perros y las aves te despedazarán ignominiosamente, y a Patroclo los aqueos le harán honras fúnebres.

336 Con lánguida voz respondió Héctor, el de tremolante casco:

337 —Te lo ruego por tu alma, por tus rodillas y por tus padres: ¡No permitas que los perros me despedacen y devoren junto a las naves aqueas! Acepta el bronce y el oro que en abundancia te darán mi padre y mi veneranda madre, y entrega a los míos el cadáver para que lo lleven a mi casa, y los troyanos y sus esposas lo entreguen al fuego.

344 Mirándole con torva faz, contestó Aquiles, el de los pies ligeros:

345 —No me supliques, ¡perro!, por mis rodillas ni por mis padres. Ojalá el furor y el coraje me incitaran a cortar tus carnes y a comérmelas crudas. ¡Tales agravios me has inferido! Nadie podrá apartar de tu cabeza a los perros, aunque me traigan diez o veinte veces el debido rescate y me prometan más, aunque Príamo ordene redimirte a peso de oro; ni, aun así, la veneranda madre que te dio a luz te pondrá en un lecho para llorarte, sino que los perros y las aves de rapiña destrozarán tu cuerpo.

355 Contestó, ya moribundo, Héctor, el de tremolante casco:

356 —Bien lo conozco, y no era posible que te persuadiese, porque tienes en el pecho un corazón de hierro. Guárdate de que atraiga sobre ti la cólera de los dioses, el día en que Paris y Febo Apolo te den la muerte en las puertas Esceas.

361 Apenas acabó de hablar, la muerte le cubrió con su manto: el alma voló de los miembros y descendió al Hades, llorando su suerte, porque dejaba un cuerpo vigoroso y joven. Y el divino Aquiles le dijo, aunque muerto lo viera:

365 —¡Muere! Y yo recibiré la Parca cuando Zeus y los demás dioses dispongan que se cumpla mi destino.

Homero. Ilíada

Juno persigue a los troyanos (fragmento)

Hubo de antiguo una ciudad, Cartago —se asentaron en ella emigrantes de Tiro—, frente a Italia, a lo lejos de la boca del Tíber, opulenta, feroz como ninguna en empeños guerreros. Dicen que Juno la prefirió entre todas. Samos viene después. Allí tuvo sus armas, allí tuvo su carro de guerra. Desde entonces ponía su ambición y sus desvelos en hacer de ese reino el señor de la tierra, si accedían los hados a sus planes.

Pero había llegado a sus oídos que de sangre troyana provenía la raza que un día llegaría a derrocar los alcázares tirios; de ella el pueblo señor de anchos dominios, soberano en la guerra, que arrumbaría Libia. Era el designio que giraban las Parcas. Temerosa de este presagio, la hija de Saturno traía a su memoria la guerra que otro tiempo libró por sus queridos argivos ante Troya.

No se habían borrado de su mente las causas de su enojo ni su amargo pesar. Quedaba en lo hondo de su alma fijo el juicio de Paris, el desprecio a su hermosura y el honor concedido a Ganimedes. Quemada aún más por esto, iba acosando por todo el mar a los troyanos, los restos que dejaron los dánaos y el iracundo Aquiles, manteniéndolos alejados del Lacio. Largos años llevaban errantes, rodando por los mares, juguete de los hados. ¡Tan costoso fue dar vida a la nación romana!

Virgilio — La Eneida